Si no fuera tan indignante, sería cómico… El mundo es definitivamente para los humanos que cumplen con 5 condiciones: haber nacido -al menos- en una familia de clase media, estar sano, ser diestro, ser heterosexual y -más que nada- ser hombre. Y son los que sobreviven en esa jungla los que salen en la foto y disfrutan de las bondades de esta sociedad. La occidental al menos. El resto, peleamos por acomodaros -con mayor o menor dificultad- según la minoría a la que nos toque pertenecer.
Nunca antes lo había visto tan claro. Y eso es -por supuesto- un gran defecto mío, porque se hace más visible a partir de que lo vivo en carne propia como nunca antes, y -mucho más importante- porque afecta a las personas que son parte de mi día a día. Es muy loco que sea el egoísmo lo que me despierte la empatía…
En casa nos tomamos el aislamiento/distanciamiento muy en serio. Al principio éramos 2 los de riesgo -a mi Parkinson se le sumaba el asma de Lucas- y la verdad es que se imponía muy naturalmente la necesidad de que ninguno en casa se contagie el Covid-19. No salimos a comer a restaurantes donde no hay distanciamiento y el 90% de la gente está sin barbijo. Las pocas veces que nos juntamos con gente cercana fue con todos los cuidados necesarios. Para Navidad nos aislamos unos diez días para que los chicos pudieran abrazar a sus abuelos. Para irnos de vacaciones a la chacra de mi viejo -que también es de riesgo- hicimos lo mismo. Y mis hermanos -que también iban- se testearon todos para garantizar que pudiéramos hacer nuestra propia burbuja allá. Fue una decisión familiar en la que -desde su lugar y sus posibilidades- cada uno de los cuatro entendió que en esta estábamos todos juntos y que la única manera de bancar la situación era esta.
¿Exagerado? Tal vez… pero hasta ahora no hubo nadie que pueda mostrarme en la balanza que cualquiera de las razones para relajar ese cuidado tengan más peso que la posibilidad de pasar por una internación de las características que tienen las internaciones por Covid-19 o -por duro que se lea- de algo peor.
Los enfermos de Parkinson tenemos dos riesgos concretos frente al Covid-19: el primero es que un cuadro severo tenga un efecto neurológico que profundice o acelere los síntomas del Parkinson; y el segundo es que -por las deficiencias aeróbicas que causa el Parkinson- el virus genere un cuadro severo en los pulmones, con las consecuencias que esto puede generar.
Y en este escenario se dan dos procesos importantes para la sociedad, que nos afectan directamente: el Plan Nacional de Vacunación y la vuelta a las clases de los chicos. Dos procesos que -desde la ausencia de riesgo- sólo pueden tomarse como algo positivo. Pero que -desde el lugar de quienes tenemos una comorbilidad y por como están organizados- no pueden dejar de verse como dos elementos de discriminación. Sí, así como suena.
El Plan de vacunación NO incluye -a pesar de que es el propio Ministerio de Salud el que dice que lo son- a las enfermedades neurológicas como factores de riesgo que requieran una prioridad mayor en el proceso de inmunización. Lo cual se vuelve una inconsistencia inaceptable porque sí estamos indirectamente abarcados por los grupos de riesgo de la normativa que establece la emergencia sanitaria, por poseer un Certificado Único de Discapacidad.
La vuelta a las clases se impuso a las escuelas con muy poca anticipación, con mucha liviandad respecto de la normativa y -pero que todo- sin la obligación de que tanto el Ministerio de Educación como las escuelas tengan una alternativa de virtualidad para los chicos que -por ser de riesgo o convivir con alguien de riesgo- no pueden amoldarse a la presencialidad como está planteada para 2021.
El resultado de eso es -entonces- que, o asumís el riesgo de exponerte -directa o indirectamente- al virus, o -efectivamente- te quedás a fuera de la foto. Y no es metáfora… hay colegios negando acceso a chicos porque no saben -y no quieren- lidiar con sus riesgos, colegios ofreciendo como «solución» que el chico pierda el año y -peor… mucho peor- hay una sociedad que decidió mientras ellos sí estén en la foto, el problema no se ve, ergo, no existe. Y así, sin a parecer en esa foto, se vuelve imposible no sentir que nos volvimos invisibles.
5 marzo, 2021 a las 11:01 am
Tanta es mi indignación cómo mi empatía.. .pero mi reflexión tabmn es que recién ahora lo.veo porq toca muy fuerte a los que amo.Yo me propongo que no haya más invisibles en mi vida porq nunca antes hice mía la herida.!!!